José J. Gómez Asencio
Universidad de Salamanca
De AJIHLE, AJIHLERO/AJIHLERA, todos con H muda, insonora, pero no callada ni vacua, porque ejerce ahí esa letra oficio doble: es abreviatura o, mejor, sigla de historia por un lado y de historiografía por el otro; no es cosa poca eso, sobre todo si se toma en cuenta que la L vale por lengua o por lingüística, y la E está por española, lo que quiere decir que se trata de historia de la lengua española y de historiografía lingüística; no es mal cometido ese, libremente elegido además, para investigadoras e investigadores (de ahí la I) precisamente jóvenes (por eso la J).
Se construyen ajihlero/ajihlera a partir de AJIHLE y del sufijo –ero/-era de modo absolutamente regular; nada sospechoso, pues, por ese lado de las puras formas de la morfología derivativa[ii]. Todo bien igualmente por la parte de los significados que se generan con el adosamiento del sufijo a la base; (me) interesan ahora especialmente los que siguen[iii]: «el grupo más numeroso de los derivados en –ero/-era es el formado por los nombres que designan oficios y ocupaciones»; el sustantivo que aparece en la base (esto es, AJIHLE) denota aquello que la persona cuida, protege, vigila, o emplea como herramienta o instrumento. «El sustantivo que constituye la base léxica designa asimismo muy frecuentemente aquello que se tiene por afición, como en aventurera […], fandanguera […] Este último grupo se va extendiendo en la lengua actual, sea en el lenguaje juvenil o en los registros coloquiales de la lengua general» (bloguero, chatero, futbolero); «la base nominal […] puede designar también el lugar en el que alguien se halla (prisionero) o en el que desarrolla su actividad» (aduanero, agenciera). Todo cuadra con lo que son y lo que hacen estos jóvenes investigadores.
ajihlero, -ra
Persona que tiene por oficio u ocupación [aun a tiempo parcial], cuida, protege o vigila, o emplea como herramienta o instrumento la AJIHLE.
Es aficionado a la AJIHLE, la cual constituye el territorio en que ajihleros y ajihleras se encuentran a gusto, y en el desempeñan buena parte de su empresa académica e investigadora.
No se infiere a partir de la aportación semántica del sufijo, ni tampoco desde el propio neologismo, pero es la del ajihlero condición provisional, transitoria (¿cuál no en esta vida?), que se presta más a estar —o, si alguien lo prefiriese así, a estar de— que a ser; y ello no tanto por la cualidad de joven (como a todos, a ajihleros y ajihleras les está vedada la juventud eterna; si así no fuera, ¿quién no ardería en deseos de ser admitido en tal organización?, ¿cuántos socios no tendría?, ¿quién desearía abandonar tal club?, ¿en qué medida sus congresos no estarían sobredimensionados?, ¿cuáles no serían sus ingresos por cuotas?, ¿cómo no crecería nuestro conocimiento descriptivo y crítico acerca de la historia y la historiografía del español?). Sucede que la AJIHLE es morada interina o, mejor aún, precaria (aunque no, al menos necesariamente, efímera ni fugaz); es estadio procesual en el que nadie quiere estar demasiado tiempo, desde luego no más del estrictamente necesario; es fase vital que conduce, o debería conducir, a nuevo estado más decantado, más excelso.
Y es que joven en AJIHLE no vale por ‘de corta edad’ o por persona cuya «edad se sitúa entre la infancia y la edad adulta» (DRAE, s.v. juventud)[iv], aunque eso es lo que normalmente sucede con ajihleros y ajihleras; no. Joven ha adquirido una acepción nueva y aquí significa ‘no doctor’: ajihlero y doctor son cualidades incompatibles, no pueden adornar a una misma y sola persona, o se es lo uno o se es lo otro. Y lo peor de todo es que no se conoce ajihlero (ni ajihlera) que no quiera dejar de serlo… por ser doctor.
Es, pues, el de los ajihleros un estado de carencia, de falta, de privación de algo, pero no se conoce en individuo alguno de la especie frustración derivada de ello; aspiran a una vida mejor, anhelan un ascenso, una promoción, un nuevo grado que aún no se les ha conferido: el ansiado doctorado. Alcanzar tal culmen resulta cuasi un proceso místico que conjuga irreconciliables, emociones encontradas, sentimientos contradictorios: placer con dolor, fruición con sufrimiento, delectación con congoja. Gozan los ajihleros al defender su tesis y sacarse su título de doctor; gimen porque esos mismos actos comportan, formal y jurídicamente, una renuncia, un abandono, una pérdida irrecuperable: tienen que dejar de ser ajihleros, pasar a territorio adulto; tienen que abandonar la AJIHLE… ¿y parte de la juventud?
Me piden los ajihleros —en puridad: cuatro ajihleras— que les deje servido el arranque de este volumen, y eso es lo que, obediente y agradecido, hago.
Se exhiben en esta obra colectiva treinta capítulos aportados por treinta y cinco jóvenes investigadores (23 ajihleras y 12 ajihleros). No se contiene aquí la totalidad de las comunicaciones que se expusieron en Salamanca en abril del 2013; releo el programa de entonces y cuento (sin pretender en modo alguno una precisión exacta) hasta cincuenta y dos contribuciones orales; casi la mitad (un 42%) se ha perdido por alguna parte en el tránsito de entonces a ahora, y las que han alcanzado este puerto han conocido–experimentado–sufrido, según los casos, y superado análisis críticos rigurosos por parte de agentes externos.
Son, pues, los trabajos que se presentan en este libro colectivo producto de varios procesos entre los cuales no se cuenta ni el solo paso del tiempo, ni la mera floculación. Han llegado hasta aquí después de lecturas, evaluaciones, propuestas de mejora y comentarios previos; tras una fase de decantación y filtraje; luego de una selección no exactamente natural. Estamos, por lo tanto, ante el resultado selecto y final de revisiones que no se llevaron a cabo precisamente a ciegas: se hicieron sin sesgo, sin severidad, sin acritud, desde la exigencia intelectual, con honradez científica. En consecuencia, el rigor filológico —histórico, historiográfico; metodológico— impera por doquier en cada página de este volumen; le será fácil al lector comprobar la veracidad de lo que escribo.
Nada nuevo digo si afirmo que las lenguas son sustancialmente más importantes, complejas y atractivas como objetos para el análisis y el conocimiento que los estudios sobre las lenguas. Así, el español es primero que los estudios sobre el español; y es, con mucho, más trascendental y vasto que los trabajos que se han dedicado a esa lengua desde el principio de sus tiempos, o que las investigaciones que se han llevado a cabo para conocerlo mejor, o para desvelar sus caras, sus estructuras, sus usos, sus historias, o para penetrar las complejidades que oculta. Eso por un lado.
Por otro, la historia de cualquier evento, sociedad, territorio, religión, país, costumbre, institución, código, práctica, disciplina[v]… es más larga, ancha y amplia que el análisis historiográfico de lo que se ha dicho o escrito y conservamos acerca de tal evento, sociedad, territorio, religión…
A nadie debe, pues, extrañar que —en justa correspondencia con los hechos y con el tamaño relativo de los fenómenos frente al de las disciplinas que hemos ido construyendo para ocuparse de ellos— en esta obra cooperativa se contengan más disertaciones atentas a uno de los valores de la H que al otro, haya más de historia que de historiografía; así es, y así debe ser. La AJIHLE está bien encaminada en lo que a esto respecta; los afanes de ajihleros y de ajihleras quedan, en relación con esta cuestión, felizmente equilibrados; y así el volumen se presenta en esto ponderado y compensado.
Resistiré la tentación de convertir este preámbulo en una recensión avant la lettre del tomo que presento; dejaré ese quehacer a sus reseñadores, que los tendrá. Sucumbiré, por contra, al impulso de dar alguna noticia sucinta y bien concisa de su contenido.
Todo aquí está dedicado al pasado, a la historia: a la historia de fenómenos, acontecimientos y datos lingüísticos; a la historia de los estudios y tratamientos dados a esos fenómenos, acontecimientos y datos; y ello en grado diverso, como ya se ha señalado.
De la historia de las ideas (meta-)lingüísticas sobre el español se ocupan cuatro trabajos (gramaticografía, lexicografía, análisis del discurso) y una mesa redonda de carácter panorámico y metodológico a propósito de la historia e historiografía de las ideas gramaticales (focalizada en la lengua española).
De la historia del español trata todo lo demás (25 trabajos; poco más de un 80% del total): artículos sobre asuntos muy variados asignables a los ámbitos de la Lingüística descriptiva diacrónica, por un lado (más o menos, la gramática histórica de los mayores): fonética, representación gráfica de unidades fónicas, sufijos, formación de palabras, clíticos, clases de palabras (numerales, tipos de verbos, adverbios, nexos), gramaticalización de unidades, formas verbales, voseo, dequeísmo… Artículos, por el otro lado, clasificables bajo el marbete de Estudios sobre la historia (no precisamente externa) de la lengua española; se encuentran aquí aportaciones de temática, metodología y alcance muy diversos: sobre traducciones, relaciones culturales, recepción de corrientes, ideas y términos, variedades diacrónicas y diatópicas, léxico y familias léxicas, terminología, historia de palabras, documentación e inventarios, o nuevos modelos de edición.
El lector está accediendo desde estas líneas a un acertado maridaje de asuntos varios de naturaleza histórico-lingüística; se está adentrando, desde este exordio, en una excelente miscelánea —de ejecución cabal por parte de las editoras del volumen— que le permitirá tomar consciencia de la vitalidad y productividad investigadoras de estos jóvenes, así como de la diversidad de cuestiones y líneas de investigación abiertas de que se han hecho cargo los ajihleros. El lector del libro podrá, por último, hacerse una atinada composición de lugar del presente y del futuro próximo de las investigaciones y la metodología de la investigación sobre el pasado de nuestra lengua.
Los treinta y cinco autores de estos trabajos son realidades prometedoras: actúan ya como investigadores de hecho y —como acontece ahora con muchos de sus predecesores ajihleros de añadas pasadas— serán, en un futuro no lejano, quienes ocupen los puestos de profesores en centros de investigación y universidades de todas partes, unas más cercanas y otras más remotas. La investigación y la universidad que vienen en estas materias les pertenecen, constituyen su responsabilidad venidera. Así sea.
En Salamanca, apenas unos días después de los idus de marzo del 2014.
[i] Publicado por primera vez en:
GÓMEZ ASENCIO, José J. Prólogo. EN ASOCIACIÓN DE JÓVENES INVESTIGADORES DE HISTORIOGRAFÍA E HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Congreso Internacional (13o. 2013. Salamanca, España). Con una letra joven: avances en el estudio de la historiografía e historia de la lengua española. Clara Grande López, Leyre Martín Aizpuru y Soraya Salicio Bravo (coords.) – Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2014, pp. 11-13. ISBN: 978-84-9012-484-0 (Impreso); 978-84-9012-510-6 (PDF).
[ii]«La gran productividad del sufijo ha permitido que se extienda en la lengua conversacional a los derivados de voces formadas con siglas, como en pecero» (del PC, Partido comunista, que nadie se llame a engaño) (NGLE 2009: 467).
[iii] Todos ellos asimismo debidamente sancionados por la NGLE (2009: 468-470), de donde tomo lo que en el texto va entrecomillado en este pasaje.
[iv] Menos aún vale por persona que se encuentra en «el tiempo de la edad de joven, que comienza desde los catorce, y llega hasta los veinte y un años» (Autoridades, s.v. Juventud).
[v] Y ahí caben: (i) su acontecer y discurrir a lo largo del tiempo pasado; y (ii) el examen científico, el análisis y presentación de eso que aconteció y ha transcurrido.
De otro modo: por una parte, lo que ha ido pasando —por ejemplo: sucesos, personas, mutaciones vocálicas, primera guerra mundial—; por otra parte, la narración de eso que ha ido pasando —por ejemplo: una conferencia, una comunicación congresual, un tratado, un artículo, un libro que se ocupe de ello—.